Amaneció un día espeso y gris que me invitaba al
silencio.
Las calles mojadas y cubiertas del humo de los
coches no me dejaban
recorrerlas,
impedían cualquier intención
de caminar lejos
y me devolvían a un sillón
confortable,
con un café humeante y con
un calor envolvente que
afloraba sentimientos de paz,
de quietud,
de seguridad.
Y fue así como comencé a recordar
y mi cabeza se levantó del confort, y voló muchos
kilómetros
hasta llegar a mañanas frías y húmedas en las
que yo crecía y caminaba
hacia mi vida,
hacia esta vida que hoy me atrapa y que me hace
reír,
y llorar a veces,
que me enseña que los límites del amor son
infinitos
porque lo veo cada minuto que pasa
al mirarles a ellos
y al escucharles la pureza de sus lamentos.
Y seguí en silencio.